En el siglo XX y con
anterioridad del flujo migratorio de los años 60, Francia fue el
único país europeo que atrajo al emigrante español. Entre los
factores que explican la emigración hacia este país se encuentran
la baja natalidad de Francia y como consecuencia, el déficit de
población activa en los años inmediatos a las contiendas mundiales,
que condujo a una política francesa de naturalización automática y
procuró una asimilación rápida de la población extranjera. Antes
de la Primera Guerra Mundial, los españoles representaban un poco más
del 10% del millón de inmigrantes que tenía Francia.
El flujo migratorio
español se incrementó debido al aumento de la demanda francesa de
mano de obra a causa de la movilización y debido al excedente
laboral español al dejarse sentir en España los efectos negativos
de la guerra. En 1918, habitaban en Francia unos 350.000 españoles.
En los años 30, el colectivo español era el tercero más
importante, al que se sumaron los refugiados de la guerra civil del
36. Desde 1960 hasta 1973,
una cifra de unos 750.000 españoles entraron en Francia, el cual
seguía facilitando la inmigración con una política favorable al
reagrupamiento familiar, a diferencia de que sucedía en Alemania
Federal y Suiza, los otros dos principales polos de atracción de la
inmigración española. En 1973, la gran crisis económica vigente
provoca la salida masiva de los españoles de los países de acogida. Posteriormente, en la
década de los 90, los retornos siguen en aumento, pasando de una
media de 20.000 anuales a cerca de
los 50.000, en 2001 se alcanza el número de 48.000 retornos con
menos de 1.000 salidas. A pesar de ello, en 1999, 700.000 españoles
residían fuera de su territorio, de los cuales 250.000 estaban en
Francia, 130.000 en Alemania y 123.000 en Suiza.
Sin embargo, desde los
años 80 el cambio generado por las transformaciones experimentadas
por España ha dado como resultado 25 años después de la
emigración masiva de España un neto flujo inmigratorio a España.
Aspectos como la integración de España en la Comunidad Europea, el
envejecimiento de la población, la construcción de un estado del
bienestar, el déficit de población activa y la baja natalidad
explican este giro. Así España ha pasado de 165.000 residentes
extranjeros en 1975 a más de 4 millones en 2006. Se trata de una
inmigración económica predominantemente africana e iberoamericana
con creciente presencia de la procedente de Europa del Este,
caracterizada por ser una mano de obra escasamente cualificada que
resulta imprescindible para mantener los actuales niveles de
producción y desarrollo del país.
La concentración en
determinados puntos ha suscitado xenofobia y rechazo por parte de una
población local poco preparada para asumir el actual e irreversible
tránsito a la multiculturalidad. El rechazo se concentra en mayor
medida, aunque no es exclusivo, en el componente magrebí que
representa la mayoría de la población inmigrante.